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Mansour bin Zayed, dueño del Manchester City

BLANQUEAR EL HORROR

El fútbol es la perfecta máquina blanqueadora de horrores, un distractor simple para obviar la realidad.

El deporte es un arma política, por eso era inevitable que no aprovechara la dimensión cultural del juego para apropiarse de él. 

Empezando por la casa es justo recordar (como ya es habitual) la emisión televisiva de un partido Millonarios vs Unión Magdalena mientras ardía el Palacio de Justicia ó traer a la memoria la imagen del “buen” Pablo Escobar inaugurando canchas de fútbol en las zonas más críticas de Medellín. Del civilizado continente europeo, cabe traer a la memoria la final de la Copa de Europa entre Juventus y Liverpool en 1985 que se disputó en Bélgica a pesar de que minutos antes murieron 39 aficionados en el estadio de Heysel, sede del partido. “Todo pasa” decía Julio Grondona.

El binomio política-negocios ha explotado de manera indiscriminada este poder “purificador” del fútbol. Las dictaduras oficiales, los gobiernos autoritarios y los estados nacional-populistas tienen en el deporte la mejor lavadora de imagen que pudiesen conseguir. No hay mejor agencia publicitaria que la apuesta intencionada por el fútbol.

Pensemos en Azerbaiyán, un país ubicado entre Asia y Europa oriental. Cuando hablamos de libertad de expresión, se encuentra en el puesto 166 de 180, según la organización Reporteros Sin Fronteras. La familia Aliyev ha tenido el poder del país cerca de 4 décadas y desde entonces registra unos altos índices de corrupción. Esta antigua nación soviética es en la actualidad una importante proveedora de gas para el viejo continente y encontró en el deporte la mejor manera de limpiar su imagen ante el mundo. En 2016 se corrió el primer Gran Premio de Fórmula 1 en Bakú, capital de Azerbaiyán y este año recibió la final de la Europe League en la que Chelsea derrotó 4-1 a Arsenal. Un partido en el que el armenio Henrikh Mkhitaryan no pudo vestir la camiseta de los gunners producto de la fuerte tensión política que existe entre Armenia y Azerbaiyán.

¿Qué decir de Rusia que organizó un impecable mundial de fútbol en 2018? Pero que no deja de condenar a los homosexuales, reprimir a la oposición  y apoyar en secreto cualquier movimiento armado que defienda sus causas en otros países.

También tenemos a estos multimillonarios jeques tiranos que quieren posar de ingenuos aficionados. El jeque Mansour bin Zayed, hombre fuerte de los Emiratos Árabes Unidos es propietario del Manchester City y el New York City, anda a sus anchas por el primer mundo gozando de las libertades de la democracia liberal mientras su país mantiene restricciones a la libertad de expresión, libre asociación, redes sociales, no condena con firmeza la trata de persona, discrimina a las mujeres y persigue a los homosexuales. El buen Mohamed bin Salmán, príncipe heredero de Arabia Saudita, ha ofrecido cerca de 3.000 millones de libras por el Manchester United, pero no ha ofrecido ninguna explicación válida sobre el asesinato del periodista Jamal Khashoggi, quien fue descuartizado en el consulado árabe ubicado en Estambul

Pero ¿Qué carajos importa todo esto? Lo que realmente nos interesa a los hinchas es que nuestro equipo tenga inversión de sus propietarios, contrate a los jugadores más costosos del mercado y gane los títulos suficientes para blanquear los horrores de los mandatarios sanguinarios, hipócritas y bien portados en el mundo occidental.

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