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Enrique Ponce: Maestro. Puerta grande en Madrid

Ponce consiguió su cuarta puerta grande en la plaza de Las Ventas de Madrid, al cortar dos orejas a un muy buen encierro de la ganadería de Domingo Hernández, en medio del clamor de los asistentes que valoraron el desparpajo y la solvencia con que actuó el maestro de chiva-Valencia. Cuatro toros pasaron de los 600 kilos.

Tomamos en su integridad, la crónica del periodista Zabala de la Serna y el periódico El Mundo de España, así:

Domingo Hernández toma antigüedad en Madrid con un corridón de toros con un tercer y sexto toros extraordinariamente bravos y encastados.

Tercer cartel de "no hay billetes" consecutivo. Al reclamo de Enrique Ponce como padrino de confirmación de su paisano Varea acudió una marea de gentes de Valencia. El calor bochornoso propio de su tierra en Madrid. Ponce toreó como si jugara en casa. Tan relajado. La presión de 27 años de exigencia máxima olvidada. Y por los mismos años el poso macerado del tiempo. Un gozo en las verónicas dibujadas e inconexas por cuanto se soltaba Libertino. Qué buen toro se anunciaba cada vez que humillaba en el lance; 618 kilos de armoniosa hondura. Un volatín en la brega de Jocho contó tanto o más que un puyazo. El sabio de Chiva ordenó apenas castigarlo en el último encuentro con el caballo. Las chicuelinas de manos bajas habían desembocado en una bella media a pies juntos y en una catarata de olés. El manantial acababa de brotar. Una pajarita de esmoquin adornaba el retrato de Enrique Ponce en el programa como presagio de la sinfonía. Probada la embestida en la obertura de suave contacto, la maestría de la naturalidad en su mano derecha. Entre las rayas para evitar los golpes de viento. Relajada la verticalidad, caídos los hombros, la muleta sedosa. Un trío de tandas casi sin vaciar el muletazo. Como una noria con el torero como eje. Un cambio de mano superior como broche. Justo antes de que por la izquierda ni el toro ni el toreo siguieran la pauta. Como perdida en un impás, por un compás, la distancia. La obra se sublimó de nuevo por el mejor pitón: Ponce genuflexo bordó una coda de derechazos de inmensa profundidad. De una flexibilidad rotunda. Un nuevo y soberbio cambio de mano dinamitó la plaza. Literalmente en pie con el valenciano balanceándose. Un pinchazo no se interpuso en el camino de la oreja. No hubiera sido justo.

La insaciable ambición poncista siguió a por todas con un burraco de imponente testa veleta. Un punto alirada. Suelto de carnes. Trémula la fuerza. En el límite del pañuelo verde. El presidente aguantó entonces. Luego no. Enrique Ponce se inventó una faena que no había. Respirando valiente su cabeza socrática. El toro se defendía por impotencia. Y soltaba algún derrote. No por maldad. Aunque a veces se venía por dentro. Ponce le consintió, lo sostuvo, lo exprimió. Casi de uno en uno al final con los medios viajes. Descarado y enfrontilado. Vendiendo la puesta en escena. El sitio pisado. Largo y a conciencia el maestro. Un aviso tras un pinchazo. Se difuminaba la posibilidad del trofeo. Pero tras una media estocada tendida la pañolada se desató. Como si no hubiera mañana. Cedió el palco al Reglamento y a la mayoría. O viceversa. Es de suponer el argumento. Todo el mérito del mundo para EP, para su carrera y su historia. Por encima del toro, del bien y del mal. Mas la Puerta Grande se hacía excesiva ayer.

Como uno de los toros de San Isidro menos reconocidos pasará Inclusero, lidiado como tercero de Domingo Hernández. Bravo de verdad. Y bueno tela. Por su manera de emplearse en el peto -le dieron estopa hasta en el DNI-, por su galope en banderillas, por su prontitud, alegría y, sobre todo, por ese fondo de hacer de su embestida una maravilla en la muleta. Sólo que la muleta era la de David Mora y tampoco hay mucho más que decir. 20 minutos estuvo embistiendo incansable Inclusero. ¡Y con sus 679 kilos a cuestas! Un portento. De vuelta al ruedo en el arrastre de lucir otro hierro. Domingo Hernández hubiera tomado antigüedad con todos los honores. Y, aun sin premio, la toma de la Bastilla de Las Ventas, tan poco favorable, merece un reconocimiento mayúsculo.

A David Mora lo cogió a la hora de matar el zancudo quinto para matarlo. No pasó milagrosamente nada. Y desgraciadamente tampoco en la faena. Se dejó el toro sin excelencias. Muy manejable. Sin la nota del anterior del lote de Mora ni mucho menos.

Fue buen toro también el de la confirmación de Varea. Casi un caballo con culata de Rubens. El primero de cuatro por encima de los 600 kilos. Varea pasó dignamente a falta de una apuesta sólida, siempre con el abuso del pico.Y al sexto, que cerraba la triada última de cinqueños, le desbordaba la casta. Otro puntal del corridón de Domingo Hernández. No fácil en sus principios con el hándicap añadido del viento. Pero Granaino acabó dándose de manera más atemperada por el izquierdo. Como por desgaste sin gastarse. Por abajo siempre. Toro importante de veras. A Varea, tan escasamente toreado, le vino amplio.

Resultado del festejo:

Monumental de las Ventas.  Vigésimo tercera de feria. Lleno de "no hay billetes". Toros de Domingo Hernández, tres cinqueños (4º, 5º y 6º), de imponente presentación; extraordinario el bravo 3º; importante por encastado el 6º; notable el º2; manejable el 5º; de contado poder el 4º, que se defendió; con noble movilidad el 1º sin terminar de humillar.

Enrique Ponce, de tabaco y oro. Pinchazo y estocada (oreja). En el cuarto, pinchazo y media estocada tendida. Aviso (oreja). Salió a hombros por la Puerta Grande.

David Mora, de tabaco y oro. Estocada caída (saludos). En el quinto, estocada atravesada y dos descabellos (saludos).

Varea, de marfil y oro. Estocada atravesada y tendida y ocho descabellos. Aviso (silencio). En el sexto, pinchazo y estocada. Aviso (silencio).

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