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Jim Furyk, capitán del equipo de Estados Unidos en la Ryder Cup 2018.
Jim Furyk, capitán del equipo de Estados Unidos en la Ryder Cup 2018.
Agencia AFP

Perder es ganar un poco

El fracaso del mejor equipo que pudo armar Estados Unidos de cara a la Ryder Cup deja muchas reflexiones.

Cuenta la historia que al mundial de fútbol de 1994 en Estados Unidos llegó a la sede de Los Angeles una selección llamada a ser campeona, llena de estrellas rutilantes, campeones sin jugar el primer partido, pero con una estela de triunfos previos que dejaban presagiar lo mejor. Propios y extraños veían al equipo con la medalla puesta y levantando la copa. Los más pesimistas, los parias, los ubicaban al menos en las semifinales. Al final, las estrellas se cayeron del cielo. La selección Colombia fue la primera eliminada del certamen con un componente trágico: el asesinato vil, días después, de Andrés Escobar.

Los análisis, los chismes, los que estuvieron cerca de esa selección dieron cuenta del motivo del fracaso. Los egos se encontraron en la cancha y en la concentración. Jugadores que comían en exceso sin tener en cuenta las dietas; jugadores que se escaparon del hotel, otros que bebieron en su habitación, unos más que dijeron que ya habían dado lo suyo y no se ‘iban a matar’. Al final, los jugadores le ganaron a un técnico que en algún momento, tal vez por las amenazas, tal vez por esa sensación de incapacidad en el manejo del grupo, fue visto llorando como un niño.

No sé si Jim Furyk, el capitán del fallido equipo de Estados Unidos para la copa Ryder de París,  conozca esa historia. Tal vez no tenga idea, pero la semana pasada durante los cuatro días de la copa debió sentir muchas de las cosas que sintió Francisco Maturana 24 años atrás.

Colgar un cartel que decía “deja tus egos en la puerta” en el camerino norteamericano fue el lacónico mensaje de Furyk para intentar mantener como equipo a 12 individualidades que practican un deporte que por antonomasia es solitario. Tenía el mejor grupo de jugadores de la historia de Estados Unidos. El 66% de sus integrantes se clasificó nada más que por sus resultados en el último año. El restante 33% lo convocó a ojo. Era su oportunidad para equilibrar. 

Pero pedirles a sus pupilos que dejaran el ego en la puerta no le sirvió de nada. Tras la estruendosa caída ante un equipo europeo con menos figuras y más novatos, se ha dejado ver la hoguera de vanidades que era Estados Unidos. Tanto que el capitán europeo Thomas Bjorn aceptó que cuando los vio llegar a Paris pisando por encima del césped, sonrientes en exceso, sobrados y confiados, entendió que a ese equipo le podía ganar.

Furyk invitó a los cuatro que todo el mundo esperaba. Llamando a Tiger, Dechambeau, Mickelson y Finau se ahorró cualquier crítica y se ganó a la prensa y los analistas. Estaban los que todos pedían, se apegó principalmente a los resultados de las últimas semanas de Tiger y Dechambeau. Bjorn, el europeo, por el contrario optó por un Sergio García que no venía bien y tuvo que soportar la crítica por no llamar a Rafa Cabrera Bello, de mucho mejor desempeño reciente.

De los cuatro escogidos por Furyk solamente salieron dos puntos a favor para su equipo; de los escogidos por Bjorn salieron 9 y medio y García se convirtió de paso en el jugador con mejores resultados en la historia del torneo.  La diferencia estuvo en saber a quien se escoge. Pero también cómo se manejó el equipo. 

El norteamericano Patrick Reed, el salvador de 2016, salió a decir a voz en cuello que no entendía cómo a alguien de sus alcances lo sentaban en dos partidos seguidos; para luego reclamar que Jordan Spieth no había querido jugar con él porque quería hacerlo con su amigo de infancia Justin Thomas y Furyk se lo permitió, desconociendo que aunque él y Reed no son amigos en equipo les ha rendido mucho.

Spieth lo negó y dijo que era al contrario, y hasta la mujer de Reed salió a aclarar en las redes sociales la situación. Sí, la esposa salió a explicar qué pasó en los camerinos. Adicionalmente, Dustin Johnson y Brooks Koepka estuvieron a punto de irse a las manos en una fiesta de cierre del torneo que su país había perdido.

Al igual que algunos de los jugadores de la selección Colombia de 1994, que estaban pensando más en sus contratos -su brujo de cabecera le dijo a Freddy Rincón que Colombia iba a fracasar, pero que él podía evitarse una fractura si jugaba de ‘lejitos’- Tiger Woods y Phil Mickelson anunciaban 15 días antes de la Ryder un duelo de 10 millones de dólares en noviembre próximo en donde el ganador se lleva todo.

Tiger, que había logrado un gran triunfo en la FedxCup después de cinco años de enfermedades y operaciones se echó parte de la culpa del fracaso, como si alguien que estaba destinado al cuerpo técnico y a último momento fue llamado al campo debiera responder por toda la debacle. Igualmente las estadísticas dicen que quienes hacen pareja con Tiger normalmente hacen tres golpes de más de lo que acostumbran. El efecto Woods existe sobre sus compañeros. ¿Debió Furyk llamarlo solo como vice capitán, tal y como lo había anunciado meses atrás?

Y como colofón el capitán oculta todo lo que hubo detrás y en la rueda de prensa final del torneo dice que está orgulloso de todos, que perder no es tan mal (“perder es ganar un poco”) que es solo golf, desconociendo que tal vez pasen décadas para que Estados Unidos pueda volver a tener un grupo de jugadores excepcional como el que llevo a Paris la semana pasada. Es irresponsable.

La historia se repite con protagonistas distintos y en escenarios distantes, pero la lección es la misma: once o doce tipos buenos no hacen un equipo y un equipo se arma con estrellas y gregarios. Pero lo más importante es que un técnico no es quien tiene contento a todos, ni el más admirado por los críticos, el técnico, el líder es quien sabe armar la estrategia y llama a los indicados a ejecutarla, le gusten o no a la prensa. Así se logran los resultados, de lo contrario los fracasos no tardan en llegar.

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Antena2
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